El árbol que nunca se moja.

Mik bajó de su bici y la aparcó junto a unos helechos que seguían mojados por el rocío nocturno. Yo, como iba corriendo, me descalzé y puse las zapatillas en el mismo sitio que la bici; noté el barro bajo mis pies.
Mik frunció el ceño cuando me vio descalza y me señaló que siguiéramos andando. El tacto de la tierra me suavizó los pies y me curó las heridas. Era un sitio muy extraño, ya que no había árboles y el suelo casi no se veía, solo a trozos. Estaba cubierto de césped artificial. Los "naturales" como Mik y como yo habíamos escrito miles de cartas a las multinacionales para que quitaran el cemento de algunas partes. En estos tiempos, los naturales eramos el 0'1% de la población. Luchábamos por algo de verde y azul.
Pues bien, Mik se agachó y se descalzo también. Yo sabía claramente el motivo. Era obvio que al lugar donde íbamos teníamos que sentir.
Nos sentamos en el suelo y empezamos a buscar con la vista. Estaba a mi lado.
- Giru, ¡está a tu lado! Oh, que suerte... - me dijo Mik.
- Nunca hubiera creído que me tocara a mí - respondí.
- Tonta. Todos te decimos que eres la más luchadora, valiente y pura. Después de tanto organizar, después de que se apuntaran todos los "naturales" solo hemos tenido el valor de seguir nosotras. Y al final te ha tocado a ti.
El árbol se erigía a diez metros sobre nuestras cabezas. En su tronco había miles de pequeños retoños y muchos agujeros donde quedaban los últimos animales verdaderos de tierra. Y al final, estaba la mágica y maravillosa copa del árbol. Sobre esta, estaban los paraguas. Los paraguas eran de colores alegres, con mil estampados, rayas y formas. Yo sonreí porque ya sabía cual debía coger.
- Sube, hermana. Es tu hora.
Me abrazé al árbol, y poco a poco empezé a sentirme ligera. Cuando abrí los ojos casi no podía apreciar mis manos y mi cara no se veia. Mik sopló, y me elevé los diez metros. Junto a un paraguas azul con flores, estaba esperándome. Era redondo totalmente, sin esos pinchos de hierro. Formaba una semiesfera hacia abajo. Era verde, amarillo, azul y naranja, aunque no en ese orden de rayas. Sobre las rayas, había dibujados pelotas, animales y sonrisas. Lo cogí y me lo até a la cintura. Al bajar, Mik me esperaba impaciente.
- Es hora de que decidas lo que harás en el mundo, Giru.
Asentí y volvimos al mundo.

It's ok.


Que más da saltar que tumbarse. Es la hora de decir adiós, con una sonrisa si es posible. Con las zapatillas blancas y a correr. Quedar y zamparse un helado de caramelo.
No es lo mismo él que ella. Son todo lo contrario, a ella la odio, pero a él...

Te echo de menos. Puedo sonreír, pero sin ti no puedo reír. Puedo hablar, pero si no recuerdo tus ojos no puedo cantar.

El Cementerio de los Girasoles #1

En medio del campo, a diez kilómetros del pueblo, Dolly reía a carcajadas. En realidad no había dicho nada gracioso, ni nadie, porque estaba sola allí. Dolly pensó que era un lugar fantástico aquel: solitario, silencioso, y gris. El gris era su color preferido. Dolly se encontraba en el Cementerio de los Girasoles, llamado así por el celador de ese lugar. Ese hombre, Joaquín, era un hombre solitario. Tenía la cara llena de rojas pústulas, arrugas y huevas secas. A él no le importaba. De lo único de lo que se preocupaba era de recoger todos los girasoles del territorio y enterrarlos con una lápida. A cada girasol le ponía un nombre, como a un hijo. El último, traído por Dolly se llamó Esmilers. Eran nombres inventados por él. Pues bien, Dolly apreciaba mucho a este hombre. No le había hablado nunca, pero este le traía comida. Ella tenía curiosidad por saber de donde la traía, y un día lo supo. Al este del Cementerio, solo se extendía una árida y agrietada llanura, como las que salen en las películas que ha habido un accidente nuclear o algo sí. Algo parecido.
Esta llanura se extendía a lo largo de trescientos metros. Pero en medio había una barrera, y en medio una torre de refrigeración muy extraña. Por el día, era gris, como cualquier otra. Por la noche era negra, emitía ruidos extraños, como el de látigos y gritos desgarradores. En su oscuridad, echaba gases rojos con palmos plateados, pero inquietantes. En la barrera, no había puertas, solo un pequeño agujero por debajo de ella.

Buenas tardes.

Son las 15:55 ahora. Gracias a unas personas, he querido hacer otro blog. Lo dejaré para..., bueno, usaré este blog para textos bien hechos y serios. Los que tengo en el otro no los voy a borrar, los dejaré en su casita con las demás palabras.

Este verano estoy llena de sonidos que pasaré aquí. Actualizaré cuando pase en mi vida, pero lo escribiré en el otro. El otro es como un diario. Bueno, os dejo con Debussy, que me ha venido la inspiración.